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domingo, noviembre 18, 2007

EL VIADUCTO ES UN TESTIGO INCREDULO


Uno nunca termina de creerlo cuando se trata de Arsenal. Nunca termina de tomárselo en serio. Porque Sarandí es un lugar extraño. Sarandí son calles desparejas, cortadas al medio por esa bisectriz de cemento que es el Viaducto, donde -culpa de una inefable desidia- el apoyo al equipo del barrio no es masivo. Tal vez la única vez -en mis veintitantos años de ir al Viaducto- que vi tanta pasión junta en Sarandí cuando ganó el ascenso a primera. Aquella tarde invernal de 2002, apretado contra mi padre en la flamante popular de cemento, vi las caras de muchos vecinos y conocidos sólo autoconvocados por el extraordinario suceso, mientras la estructura de la platea colapsaba, un alambrado se caía y los viejos tablones eran elásticos. El sentimiento era el mismo: incredulidad. Nadie se imaginaba medirse contra Boca, River, los grandes; ni una permanencia demasiado duradera en la elite, ni un estadio acorde a las circunstancias. Pero todo llegó con naturalidad y el siempre a mano latiguillo de "histórico" fue coloreando todo el silencioso recorrido. Arsenal no tiene un clásico rival para que se desborde una cancha. Tampoco cuenta con jugadores que sean verdaderos hinchas del club. Ninguno festeja el gol besándose la camiseta. Muchos son parias del impío fútbol de hoy, en busca de la reconstrucción de sus carreras o venidos de algún continente al que habían partido como gardeles de turno. Cuesta hoy recordar el viejo Arse de la B que vi. De la cancha poceada en la que tropezaban El Porvenir, All Boys o Merlo; donde uno escalaba en la popular temeroso de que no se rompiera el tablón o le pasaba por la reja el carné a un amigo sin dinero para que no pagara la entrada; donde el presidente Héctor Grondona veía el partido en la popular y era el primero en intervenir si había un problema en la tribuna. Una época en la que la palabra Copa no figuraba en el vocabulario. Tampoco River, Boca ni México. Hoy Sarandí es fiesta en voz baja, no vaya a ser que el pequeño y extraño barrio se la crea, que lo tome demasiado en serio. Sin exagerar, los incrédulos tal vez se junten bajo el Viaducto, allí en Los Tres Ases a brindar con un moscato. Y a seguir con su rutina. Sin poder creerlo.


Diego Mazzei

De la Redacción de LA NACION

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